“Me he quedado sin
pulso y sin aliento separado de ti. Cuando respiro, el aire se me vuelve en un
suspiro y en polvo el corazón de desaliento”.
Así hablaba del desamor el poeta Ángel López. Y es que la ruptura de pareja
es una de las situaciones de duelo más difíciles de superar; para algunos,
puede constituir uno de los acontecimientos más estresantes de toda su vida,
incluso más que el fallecimiento de una persona querida. ¿Por qué? Posiblemente
porque en el duelo por ruptura de pareja, al contrario que en el duelo por
fallecimiento, la persona no desaparece, sigue existiendo, sigue viviendo… pero
sin NOSOTROS/AS. De la misma manera, nuestra vida continúa, pero a partir de
ahora, sin el OTRO/A.
En Martínez Bardají
Psicología y Salud son muy frecuentes las consultas por conflictos de pareja o
por separaciones. Cuando se produce una ruptura, cierta parte de nosotros como
individuos también se “rompe”. Algunas veces incluso se quisiera borrar los
recuerdos y renacer sin memoria autobiográfica. Pero aunque pueda parecer que
el dolor oprima o ahogue demasiado, lo cierto es que de amor no se muere, y
todos/as podemos superar una ruptura sentimental. Eso sí, debemos aceptarlo y
redefinir aspectos fundamentales de nuestra individualidad, pues la que era
nuestra pareja, deja de ser una persona referente y de apoyo.
-¿Y ahora qué?-
Después de la ruptura,
lo esperado es que las dos personas empiecen a realizar un trabajo de duelo que
les permita aceptar esta nueva realidad, reorganizar sus vidas y recuperarse.
Al fin y al cabo, eso es el duelo: el proceso psicológico que nos permite
adaptarnos a las pérdidas. Aunque cada caso será un proceso muy individual y
diferente al de otras personas, suelen 5-6 las etapas o fases, más o menos
largas, hasta que asimilamos esa pérdida, aunque no todos
los miembros pasan todas las fases ni en ese mismo orden, ni por ejemplo, será
el mismo proceso para la persona que deja que para la persona que es dejada.
Una primera fase sería
la de la “negación” –no me lo creo, no acepto que mi relación se haya terminado
y todavía tengo la esperanza de poder recuperar a esa persona. Una segunda fase
sería la de “ira, rabia, resentimiento, rencor” –¿Qué ha pasado?- Se buscan
razones (y culpabilidades) de lo ocurrido tanto en uno mismo/a como en la otra
persona. Posteriormente vendría la fase de “negociación o pacto”, en la cual se
empiezan a buscar soluciones. En la cuarta fase se experimenta una tristeza y
dolor intenso –no me voy a recuperar de esto, nunca encontraré a nadie como él/ella, no me volveré a enamorar,
etcétera-. En esta fase la persona se puede llegar a encontrar deprimida, con
pensamientos obsesivos y una sensación de vacío. Suelen aparecer trastornos del
sueño, malos hábitos en la alimentación y un descuido en general. La
última fase de este duelo abarca la denominada “aceptación” en la que –ya no
duele tanto-. Se asume lo que ha ocurrido, ya no se tiene la necesidad de
pensar y hablar continuamente en el tema de la ruptura y se puede empezar a
disfrutar más con la compañía de otras personas. Algunos autores abogan por una
sexta fase que sería la de “asimilación”, en la que la persona ha superado
todo, asimilado, y puede hablar de ello sin emocionarse.
Por difícil que pueda
parecer en el momento de la ruptura, y a pesar de que nadie quiere sufrir ni
estar triste, lo cierto es que la tristeza que podemos llegar a experimentar en
este proceso no es negativa. No es negativa porque tiene una función, que es la
de llegar a enfrentarnos a este acontecimiento, sentirlo, asimilarlo y “pasar página”.
Favorece además una actitud introspectiva facilitadora de futuros cambios. No
debemos por tanto ponernos una venda en los ojos y poner en marcha todo tipo de
mecanismos para estar bien a toda costa y tratando de no pensar para no estar
tristes. Si recurrimos a esto podemos arriesgarnos a que la que debería de ser
una tristeza funcional y de un corto periodo de duración se acabe convirtiendo
en una tristeza que aunque de menor intensidad, siga apareciendo y alargándose
en el tiempo sin que entendamos el porqué. El otro extremo sería el de hundirse
en la tristeza y regocijarse en ella sin intentar hacer nada por salir de esa
situación, o bien porque no se dispone de las herramientas necesarias y no se
sabe cómo salir, o bien porque no se puede por diferentes motivos. Tanto una
posición como la otra sería disfuncional y cuanto menos ayudaría a realizar un
duelo adaptativo. La clave reside entonces en un punto intermedio; ni creernos
“supermujeres” o “superhombres”, ni quedarnos pasivos ante el dolor viendo la
vida pasar. Por el contrario, sí que convendría focalizarse en intentar
recuperarse de esta situación, y ‘re’-aprender a saber vivir con uno mismo, a saber
disfrutar y a saber sentirse bien.
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