“Quiero quitarme la tristeza”; “quiero quitarme la ansiedad”;
“quiero quitarme la culpa”; “quiero quitarme la vergüenza”. Es habitual en el
campo de la psicología que lleguen a consulta personas con estas demandas, sintiéndose
superadas por estas emociones que les están implicando un importante malestar e
interferencia en su día a día y con las actividades de su vida diaria. Pero lo
cierto es que en general, incluso en personas que no viven esta interferencia
en su vida ni se sienten desbordados, existe una extendida aversión o intolerancia
hacia las emociones denominadas “negativas”. Mientras que algunos países orientales
han normalizado en mayor medida esas emociones “negativas” y se permiten vivir
(generando una mejor adaptación y respuesta a la emoción) las sensaciones
“desagradables” parece que en nuestra sociedad existe una importante tendencia
al “tengo que estar bien” constantemente y de manera instantánea. Si existiese
algo que asegurase a la gente que nunca sentirá emociones “negativas” demos por
seguro que en cuestión de minutos se agotarían las existencias. Pero…
¿funcionaría bien así nuestra sociedad?
Lo cierto es que esas emociones que tanto tienden a
estigmatizarse tienen una función muy útil y tenemos que aprender a tolerarlas,
escucharlas y vivirlas de manera normalizada cuando aparecen, ya que en esta
vida nos tocará vivirlas en muchas ocasiones. Me explico aquí: es normal estar
triste cuando perdemos una amistad, cuando fallece un ser querido, cuando perdemos
un empleo. Es normal sentir enfado cuando alguien hace algo que nos perjudica o
incluso cuando nosotros hacemos algo que no debemos y nos enfadamos con
nosotros mismos. Es normal sentir vergüenza cuando hacemos algo que no estaría
aceptado en nuestra sociedad y puede generar rechazo hacia nosotros mismos (o
que pensamos que es así, ya que en todo momento tendrá un papel crucial la
concepción que nosotros tengamos; la objetividad pura no estará y siempre va a
tener una importante mediación nuestra interpretación del entorno). Es normal
sentir algo de ansiedad cuando tenemos una entrevista de trabajo o cuando nos enfrentamos a una situación
completamente nueva para nosotros. Y normal sentir miedo cuando nos enfrentamos
a algo que podría ser peligroso para nuestra vida (ya sea a nivel físico, o que
pueda afectar a nuestro estilo de vida y bienestar). Y además de considerar el
hecho de que es normal, debemos tener en cuenta que también es funcional.
Estar tristes puede llevarnos a buscar apoyo en nuestros
seres queridos y fortalecer relaciones de confianza mutua; además, por otro
lado, estimula una reflexión profunda que nos puede ayudar a superar eventos
vitales. El enfado, si lo gestionamos adecuadamente, puede llevarnos a examinar
qué es lo que ha ocurrido para poder plantear soluciones a la situación que lo
genera o incluso darnos cuenta de algo sobre nosotros mismos cuando está
enmascarando nuestros miedos. Sentir vergüenza en determinadas situaciones
puede ayudarnos a moldear nuestro comportamiento dada la importante implicación
que tiene en el modelamiento de nuestros patrones relacionales con los demás. De
manera similar, la culpa puede decirnos cuándo hemos podido actuar de manera
incorrecta y movernos a plantear una solución o disculparnos, ayudando a
mantener relaciones positivas y sanas. La ansiedad podría ayudarnos a
prepararnos una entrevista de trabajo por esa pequeña “presión” y hacerla mejor
de lo que nosotros creíamos. Y por último el miedo, históricamente nos ha
ayudado a sobrevivir. Además, sea como sea ansiedad y miedo nos proporcionan un
increíble “chute” de energía que puede sernos útil. Por ende, vemos que esas
emociones tan “desagradables” parecen tener una función lógica en nosotros como
seres humanos y sociables. Nos ayudan a relacionarnos y a gestionarnos a
nosotros mismos, a tomar una dirección. En general, las emociones negativas nos
hacen centrar nuestra atención en aspectos sobre nosotros mismos, nuestra vida
o nuestras relaciones. Y esto en realidad no tiene nada de negativo, ya que
focalizar la atención en aquello que no va bien puede permitirnos identificarlo
para comenzar a poner en marcha mecanismos de búsqueda y aplicación de
soluciones.
Las emociones que sintamos ante diferentes situaciones
variarán por supuesto en cada persona, lo que no quiere decir que sean
incorrectas en unas y correctas en otras. Que una persona se sienta de
determinada manera frente a determinada situación es válido en tanto que lo vive
así, por su historia personal y forma de ser, y si lo acepta y gestiona
eficientemente no habrá problema alguno. Ahora bien, esa visión tan negativista
y actitud de rechazo que parece que tendemos a profesar hacia las emociones
negativas favorece una muy baja tolerancia hacia estas emociones y una gestión
poco eficiente. Incluso, en relación con esto, concepciones de género sobre qué
emociones pueden y no pueden tener hombres y mujeres (algo completamente
irreal, ya que todos sienten todas las emociones y tienen derecho a
expresarlas) tiene un papel importante aquí. De esta manera, favorecerá que
estas emociones “negativas” pero útiles se tornen disfuncionales. Aprender a
normalizarlas y a aceptarlas ayudará a vivirlas mientras hay que vivirlas,
forman parte de la vida. Y gestionarlas y vivirlas “cuando toca” nos permitirá
que no queden mantenidas o enquistadas. Por ejemplo con la tristeza, está bien
estar triste en ocasiones. Si cuando lo estamos nos permitimos estarlo, lo
expresamos, lloramos… Estamos gestionando esta tristeza, y al tiempo se
desvanecerá para dejar paso a otras emociones. En cambio no tolerarla e
intentar reprimirla hará que vuelva a la carga y con más fuerza. Podrá quedar
enmascarada bajo otras emociones intensas como la ira, pero tarde o temprano
volverá a nosotros.
Partiendo de la normatividad de las emociones negativas, debemos
tener en cuenta que es cierto que en algunas ocasiones las emociones pueden no
surgir en el momento adecuado, que son mucho más complejas de lo que
describimos anteriormente y que pueden aparecer patrones disfuncionales. La
tristeza extrema puede dar la sensación de paralizar, a veces puede aparecer la
culpa debida a cogniciones distorsionadas en situaciones en las que no es
realista sentirla (por ejemplo una persona que ha sufrido bullying o maltrato y
se siente culpable porque atribuye a sí mismo algo que no debería). A veces
cuesta mucho identificar y comprender las emociones negativas y en ocasiones
nos pueden desbordar. Es en estos momentos cuando la ayuda profesional sería
necesaria, para gestionar aquello que se “sale de la norma” pero que dada la
historia personal de cada uno es comprensible y lógico que aparezca. Para
posteriormente, poder vivir las emociones negativas con la normalidad y función
que tienen pero sin que generen interferencia en nuestro día a día.
Si crees que podrías necesitar aprender a comprenderte y
gestionarte mejor emocionalmente, no
dudes en ponerte en contacto con nosotros y te orientaremos de la mejor forma
posible.
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