viernes, 30 de diciembre de 2016

Algunas líneas acerca del fin de año...

Llega el nuevo año y de su mano ese momento de reflexión que hacen muchas personas, de balance de cómo ha sido su último año y de propósitos y metas que para el año siguiente.  No es raro vernos rodeados cada vez más, en las redes sociales, de mensajes llenos de gratitud y dicha o al contrario, de frustración, rabia y tristeza, con respecto a los últimos 365 días. Acercarnos al final de otro año supone un momento de reflexión e introspección que puede cargarnos de optimismo y energía, aunque también de todo lo contrario en función del balance que hagamos y la actitud con la que lo acojamos.

En realidad, esta revisión de nuestra vida que tendemos a hacer junto con marcarse objetivos y metas para el nuevo año no es algo negativo, independientemente de la
valencia final que le demos. Ahora bien, cuando nos apodera el sentimiento de que vendrán muchos cambios con el nuevo año cometemos un pequeño fallo: y es pensar que ese nuevo año supondrá un punto de inflexión por el que parece que las cosas serán más fáciles y sencillas, parece que esperamos que algunos cambios vengan de “manera mágica” y que de repente, por entrar a un nuevo año, nuestra vida necesariamente cambiará por sí sola sin requerir tanto esfuerzo por nuestra parte. Al leerlo, seguro que muchas y muchos pensaréis que parece obvio, que nada ocurre de manera mágica… Pero es muy común tener esa sensación de carga de energía y esperanza frente a lo que está por llegar y podemos emplearlo para poner en marcha todas las soluciones que tenemos y con las que quizá todavía no habíamos contactado. Tanto si hacemos un balance positivo como negativo del punto en el que nos encontramos, podemos aprovechar ese momento para plantearnos: ¿qué puedo hacer yo para cambiar esto que no me gusta en mi vida? Y ponerlo en práctica. A la contra, es posible que frente a esa pregunta lleguemos a encontrarnos con un “nada”, que se trate de algo que no esté en nuestra mano cambiar. Pero aún así, aunque lo pasemos mal, siempre podemos hacer algo. Siempre tendremos la capacidad de decidir si queremos dejar en stand-by nuestra vida o levantarnos y echar a caminar. 

Aunque comento aquí esta sensación de carga de energía, no serán pocas las personas que entren al nuevo año con desilusión y desánimo. Personas que hacen un balance muy negativo del año y que, en lugar de tener esa esperanza de que “todo cambiará” pueden sentir que no tienen más energías, o que les va a costar continuar. Diferentes eventos vitales podrían precipitar esta situación y a cualquier persona le podría ocurrir. Y de modo similar a lo que comentamos antes, aunque pueda resultar doloroso hacer el balance, hacerlo nos permitirá observar que tenemos de nuevo algo que siempre será nuestro y es la decisión de cómo queremos afrontar esa situación que estamos viviendo.  Si no tiene remedio y no podemos hacer nada, podemos elegir continuar viviendo como hasta ahora (que nos ha dado un balance de año muy negativo) o elegir vivir la vida como pueda vivirla en ese momento. Mejorando día a día, o pararnos y dejarnos llevar por la sensación de que todo se mueva a nuestro alrededor pero no así nosotros mismos. Ni lo bueno ni lo malo dura para siempre, pero podemos decidir como viviremos las diferentes situaciones de cada tipo. Esperamos que hayáis pasado un gran año, desde Martínez Bardaji psicología deseamos que el 2017 os depare todo lo mejor.


Y si notas que te encuentras en un momento en el que estás bloqueado o bloqueada o no te sientes bien, si te sientes identificado o identificada con algo de lo que hemos comentado pero no sabes como abordarlo, no dudes en ponerte en contacto con Martínez Bardaji psicología y salud. Estaremos encantadas de ayudarte.
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lunes, 24 de octubre de 2016

Emociones "negativas" y su funcionalidad, ¿para qué me sirven?

“Quiero quitarme la tristeza”; “quiero quitarme la ansiedad”; “quiero quitarme la culpa”; “quiero quitarme la vergüenza”. Es habitual en el campo de la psicología que lleguen a consulta personas con estas demandas, sintiéndose superadas por estas emociones que les están implicando un importante malestar e interferencia en su día a día y con las actividades de su vida diaria. Pero lo cierto es que en general, incluso en personas que no viven esta interferencia en su vida ni se sienten desbordados, existe una extendida aversión o intolerancia hacia las emociones denominadas “negativas”. Mientras que algunos países orientales han normalizado en mayor medida esas emociones “negativas” y se permiten vivir (generando una mejor adaptación y respuesta a la emoción) las sensaciones “desagradables” parece que en nuestra sociedad existe una importante tendencia al “tengo que estar bien” constantemente y de manera instantánea. Si existiese algo que asegurase a la gente que nunca sentirá emociones “negativas” demos por seguro que en cuestión de minutos se agotarían las existencias. Pero… ¿funcionaría bien así nuestra sociedad?

Lo cierto es que esas emociones que tanto tienden a estigmatizarse tienen una función muy útil y tenemos que aprender a tolerarlas, escucharlas y vivirlas de manera normalizada cuando aparecen, ya que en esta vida nos tocará vivirlas en muchas ocasiones. Me explico aquí: es normal estar triste cuando perdemos una amistad, cuando fallece un ser querido, cuando perdemos un empleo. Es normal sentir enfado cuando alguien hace algo que nos perjudica o incluso cuando nosotros hacemos algo que no debemos y nos enfadamos con nosotros mismos. Es normal sentir vergüenza cuando hacemos algo que no estaría aceptado en nuestra sociedad y puede generar rechazo hacia nosotros mismos (o que pensamos que es así, ya que en todo momento tendrá un papel crucial la concepción que nosotros tengamos; la objetividad pura no estará y siempre va a tener una importante mediación nuestra interpretación del entorno). Es normal sentir algo de ansiedad cuando tenemos una entrevista de trabajo  o cuando nos enfrentamos a una situación completamente nueva para nosotros. Y normal sentir miedo cuando nos enfrentamos a algo que podría ser peligroso para nuestra vida (ya sea a nivel físico, o que pueda afectar a nuestro estilo de vida y bienestar). Y además de considerar el hecho de que es normal, debemos tener en cuenta que también es funcional.

Estar tristes puede llevarnos a buscar apoyo en nuestros seres queridos y fortalecer relaciones de confianza mutua; además, por otro lado, estimula una reflexión profunda que nos puede ayudar a superar eventos vitales. El enfado, si lo gestionamos adecuadamente, puede llevarnos a examinar qué es lo que ha ocurrido para poder plantear soluciones a la situación que lo genera o incluso darnos cuenta de algo sobre nosotros mismos cuando está enmascarando nuestros miedos. Sentir vergüenza en determinadas situaciones puede ayudarnos a moldear nuestro comportamiento dada la importante implicación que tiene en el modelamiento de nuestros patrones relacionales con los demás. De manera similar, la culpa puede decirnos cuándo hemos podido actuar de manera incorrecta y movernos a plantear una solución o disculparnos, ayudando a mantener relaciones positivas y sanas. La ansiedad podría ayudarnos a prepararnos una entrevista de trabajo por esa pequeña “presión” y hacerla mejor de lo que nosotros creíamos. Y por último el miedo, históricamente nos ha ayudado a sobrevivir. Además, sea como sea ansiedad y miedo nos proporcionan un increíble “chute” de energía que puede sernos útil. Por ende, vemos que esas emociones tan “desagradables” parecen tener una función lógica en nosotros como seres humanos y sociables. Nos ayudan a relacionarnos y a gestionarnos a nosotros mismos, a tomar una dirección. En general, las emociones negativas nos hacen centrar nuestra atención en aspectos sobre nosotros mismos, nuestra vida o nuestras relaciones. Y esto en realidad no tiene nada de negativo, ya que focalizar la atención en aquello que no va bien puede permitirnos identificarlo para comenzar a poner en marcha mecanismos de búsqueda y aplicación de soluciones.

Las emociones que sintamos ante diferentes situaciones variarán por supuesto en cada persona, lo que no quiere decir que sean incorrectas en unas y correctas en otras. Que una persona se sienta de determinada manera frente a determinada situación es válido en tanto que lo vive así, por su historia personal y forma de ser, y si lo acepta y gestiona eficientemente no habrá problema alguno. Ahora bien, esa visión tan negativista y actitud de rechazo que parece que tendemos a profesar hacia las emociones negativas favorece una muy baja tolerancia hacia estas emociones y una gestión poco eficiente. Incluso, en relación con esto, concepciones de género sobre qué emociones pueden y no pueden tener hombres y mujeres (algo completamente irreal, ya que todos sienten todas las emociones y tienen derecho a expresarlas) tiene un papel importante aquí. De esta manera, favorecerá que estas emociones “negativas” pero útiles se tornen disfuncionales. Aprender a normalizarlas y a aceptarlas ayudará a vivirlas mientras hay que vivirlas, forman parte de la vida. Y gestionarlas y vivirlas “cuando toca” nos permitirá que no queden mantenidas o enquistadas. Por ejemplo con la tristeza, está bien estar triste en ocasiones. Si cuando lo estamos nos permitimos estarlo, lo expresamos, lloramos… Estamos gestionando esta tristeza, y al tiempo se desvanecerá para dejar paso a otras emociones. En cambio no tolerarla e intentar reprimirla hará que vuelva a la carga y con más fuerza. Podrá quedar enmascarada bajo otras emociones intensas como la ira, pero tarde o temprano volverá a nosotros.

Partiendo de la normatividad de las emociones negativas, debemos tener en cuenta que es cierto que en algunas ocasiones las emociones pueden no surgir en el momento adecuado, que son mucho más complejas de lo que describimos anteriormente y que pueden aparecer patrones disfuncionales. La tristeza extrema puede dar la sensación de paralizar, a veces puede aparecer la culpa debida a cogniciones distorsionadas en situaciones en las que no es realista sentirla (por ejemplo una persona que ha sufrido bullying o maltrato y se siente culpable porque atribuye a sí mismo algo que no debería). A veces cuesta mucho identificar y comprender las emociones negativas y en ocasiones nos pueden desbordar. Es en estos momentos cuando la ayuda profesional sería necesaria, para gestionar aquello que se “sale de la norma” pero que dada la historia personal de cada uno es comprensible y lógico que aparezca. Para posteriormente, poder vivir las emociones negativas con la normalidad y función que tienen pero sin que generen interferencia en nuestro día a día.

Si crees que podrías necesitar aprender a comprenderte y gestionarte mejor emocionalmente,  no dudes en ponerte en contacto con nosotros y te orientaremos de la mejor forma posible.  
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miércoles, 14 de septiembre de 2016

Perfeccionismo: ¿Por qué y como afecta a una persona?

Intentar hacer las cosas lo mejor posible, ya sea en el ámbito personal o profesional no tiene nada de malo. Ahora bien, en ocasiones este ansia puede rozar el extremo del perfeccionismo y esto sí nos puede generar consecuencias negativas, un malestar tanto a nivel individual como en las relaciones con los demás. 
Una persona perfeccionista es aquella que nunca logra ver cumplidas sus expectativas en sus metas y objetivos. Vive con una sensación de que debe rendir más del 100% en todo lo que hace, lo que es físicamente imposible. Este deseo de alcanzar la perfección en todo lo que hacen genera que se pongan objetivos y metas alejados de la realidad y que por tanto lo más probable es que no consigan, generando una importante frustración y una sensación constante de insatisfacción consigo mismos. Es por tanto la creencia de que se debe alcanzar la perfección en todo lo que se haga desde el minuto cero. Incluso a pesar de saber que esto no es factible, las personas perfeccionistas se exigen a sí mismas este grado de desempeño y pueden llegar a ser brillantes en lo que hagan, pero con una importante ansiedad y sufrimiento acompañante.
Por lo general, alguien perfeccionista tiende a serlo desde la infancia, tal vez en el ámbito de los estudios y generalizando a los demás aspectos de su vida cotidiana y su día a día a medida que crece. Independientemente de cómo se manifieste, es en esta etapa vital cuando la persona perfeccionista comienza a desarrollar este rasgo.  A lo largo de su vida, probablemente haya aprendido que obtenía valoración de los demás por sus logros y no por sus cualidades personales. Es posible que en su ambiente cercano los fallos no sean bien tolerados y se conciban como algo terrible. En este contexto, el ambiente familiar influye directamente. Si la dinámica que mantiene el núcleo familiar es muy rígida y/o autoritaria, si existe una tendencia al perfeccionismo en alguno de los padres (o ambos) es normal que al final la persona perfeccionista resulte serlo: ya que lo ha aprendido desde la más tierna infancia en su hogar y es el patrón normal de comportarse. Si además a esta persona sólo se la elogiaba por sus éxitos y no recibió aprobación si no lograba un éxito importante, buscará el perfeccionismo ya que de lo contrario tiene la sensación constante de estar fracasando. Personas que hayan sufrido algún tipo de acoso también pueden tender al perfeccionismo como modo de lograr la aceptación.

Una vez formado este rasgo, el perfeccionismo extremo generará consecuencias psicológicas negativas en la persona. Partiendo de la tendencia comentada a marcarse metas u objetivos que en muchas ocasiones son irracionales, se toparán por tanto con lo que considerarán fracasos. Ya que no cumplen nunca o casi nunca sus propias expectativas, a pesar de haber invertido un número de horas al día enorme (y pudiendo dejar de lado su vida personal), no perciben apenas éxitos o satisfacción con lo que hacen en su día a día. Esto genera una importante frustración y presión, convirtiéndose en un obstáculo para lograr metas más asequibles. Rechazan cualquier mínimo error y además cualquier fallo lo achacan a su propia valía personal, de modo que afecta a su confianza, seguridad y autoconcepto.
Como se podría incluso intuir, una vez una persona entra en este círculo podrían comenzar a aparecer ansiedad y depresión. Pero además se marcará por una importante rigidez e inflexibilidad a nivel cognitivo que les lleva también a la frustración. Ya que desde esta concepción las cosas tienen que ser siempre de una misma manera y esta manera será siempre la ideal, no aceptarán “parecidos”. El perfeccionista además querrá tenerlo todo controlado, impidiéndole disfrutar del día a día y retroalimentando esa emocionalidad negativa.
El perfeccionista es probable que lo sea también para con sus relaciones personales. Tendrán la tendencia a querer decir siempre lo correcto, actuar de modo apropiado, no quedar mal nunca y no cometer errores con los demás, lo que generará importante ansiedad. Si esto se produjese, tiende a anticipar o temer el rechazo de los demás, reaccionando de manera desproporcionada a las críticas y frustrando tanto a los demás como a sí mismo. Además con frecuencia tienden a exigir a los demás estándares tan altos como los que a sí mismos… Siendo poco tolerantes y demasiado críticos.

¿Cómo piensa un perfeccionista?
Habiendo abordado brevemente cómo se “forma” y en qué consiste ser perfeccionista, cabe hablar sobre cómo piensan estas personas. En primer lugar, tienen pensamientos relacionados con un miedo irracional al fracaso, creen que no valen si fracasan y no lograr la perfección desde el principio es procesado como tal. Tienen un intenso miedo a cometer errores, porque supone un fracaso. Pero además se incluye un componente de miedo a la desaprobación de los demás, la gente perfeccionista percibe que serán rechazados si cometen estos errores.
Van a pensar en términos dicotómicos de todo o nada: no tendrán en cuenta los puntos intermedios. Y además basan su vida en cosas que deberían estar haciendo o cumpliendo (debería gastar menos, debería tener un trabajo mejor, debería estar a la altura). Por último, tenderán a pensar que los demás tienen más éxito y con más facilidad que ellos mismos, y que no cometen errores, incluso si se trata de personas muy exitosas y esta creencia no se fundamenta en nada real.
Por todo lo anterior, podemos concluir que el perfeccionismo genera un círculo vicioso. Genera a la persona buscar cumplir expectativas para consigo mismo que no podrá conseguir, con ideales y pensamientos de perfección, generando frustración, inseguridad y baja autoestima. Eso no ayudará a alcanzar esas metas que ya eran complicadas y retroalimentará la emoción anterior. Además, influirá también en sus relaciones personales: anticipa o teme el rechazo de los demás, reacciona desproporcionadamente a las críticas y genera frustración incluso a las demás personas. Como añadido, puede que exijan si tienen que trabajar  con otras personas los mismos estándares que se marcan a sí mismos, entorpeciendo la relación con los demás.

¿Qué puedo hacer si me identifico como perfeccionista?
El perfeccionismo excesivo puede requerir de atención profesional cuando se lleva al extremo en algunas personas, ya que a nivel emocional les habrá repercutido. No obstante, en el día a día una persona con cierta tendencia al perfeccionismo puede hacer cosas para no caer en el círculo vicioso del que hablamos con anterioridad. Algunas pautas a seguir en este tipo de personas pueden ser:
  • Establecer metas razonables y realistas. Debemos ser realistas a la hora de establecer nuestros objetivos. No podemos pretender alcanzar la perfección desde el minuto cero, por lo que debemos hacer un ejercicio de objetividad y examinar qué es realista de acuerdo con nuestras capacidades y necesidades personales.
  • Establecer metas sucesivas de un modo secuencial, paso a paso. Cuando tengamos un objetivo en mente, en lugar de buscar lograrlo ya, identificaremos todas las sub-metas a las que tendríamos que llegar para lograrlo. Cada vez que se alcance una, poner algo más que hacer por encima pero dentro del realismo.
  • Mentalizarnos de que no siempre podemos ni dar el 100% ni obtener un éxito del 100%. Establecer diferentes niveles de ejecución y éxito para las diferentes tareas, de modo en el que seamos honestos con nosotros mismos y veamos que no podemos ni necesitamos dar lo mejor de nosotros mismos en todo. No todo se nos puede dar bien.
  • Centrarnos en el propio proceso de lo que hagamos más que en el resultado. Ir evaluando el éxito en función de las mejoras y del disfrute de hacer y no únicamente en función del éxito o logro final.
  • Analizar cómo nos sentimos y qué quiere decir. Identificar exactamente qué ocurriría si no logramos el éxito o a que le tenemos miedo realmente.
  • Por último, y en relación con lo anterior, afrontar los miedos que identificamos. ¿Tan terrible sería que ocurriese aquello a lo que le temo? ¿Qué es lo peor que puede pasar? ¿Qué probabilidades reales hay de que ocurra? 

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jueves, 4 de agosto de 2016

Fobia a volar: tratamiento mediante realidad virtual

Entrado Agosto nos encontramos en el período vacacional por excelencia, tiempo marcado por los viajes y el turismo. Gran parte de estos viajes suponen montar en avión, lo que implica un importante malestar o inquietud, incluso miedo, para muchas personas. Tal es el malestar que sufren algunas personas frente a la idea de subirse a un avión que pueden incluso decidir no hacerlo y renunciar a viajes por no tener que pasar por ello.

Según diferentes estadísticas, en torno al 10-15% de la población experimenta miedo a volar, independientemente de su cultura, formación, sexo o edad; se trata de un miedo bastante común. Puede aparecer en diferente intensidad, desde un malestar que haga del viaje un “mal trago” pero pueda realizarlo hasta una fobia que impida subir y provoque miedo con solo imaginarlo. En estos casos, los síntomas más comunes tienen que ver con una intensa ansiedad acompañada de pensamientos que pueden incluir ideas relacionadas con sufrir un accidente o con perder el control y/o sufrir un ataque de pánico entre las más comunes.  Debido a estos síntomas, algunas personas optan por realizar lo que se denominan conductas de evitación para evitar sentir esa ansiedad y pensamientos. Estas conductas pueden ir desde tomar grandes dosis de tranquilizantes o alcohol hasta, directamente, no tomar el vuelo y justificarlo posteriormente. No obstante, estas conductas no resultan en absoluto efectivas. Lo único que hacen es mantener el miedo a volar ya que no permiten que la persona que lo sufre se vea capaz de afrontar el vuelo sin tomarse nada o directamente empeora el miedo al no haberse visto capaz de subir.

Para poder superar el miedo a volar la clave reside en enfrentarse a este último, sentir la ansiedad que produce la situación y conseguir que esta vaya disminuyendo por habituación. En esto consiste una de las técnicas psicológicas más eficaces para el tratamiento del miedo a volar: en exponer a situaciones relacionadas con el vuelo y a la propia situación de vuelo, para conseguir habituar la ansiedad y que en el futuro no vuelva a aparecer. No obstante, por motivos logísticos (no podemos montar en un avión varias veces en un día, ni saldría rentable, ni muchas personas aceptarían…) puede resultar complicado. Hasta ahora, para compensar estas dificultades en terapia psicológica  se habían empleado técnicas de exposición en imaginación, pero las nuevas tecnologías nos abren nuevas opciones de tratamiento. En concreto la realidad virtual supone una alternativa altamente eficaz para el tratamiento de la fobia a volar.

Gracias a la tecnología de realidad virtual, se pueden realizar exposiciones a diferentes situaciones relacionadas con el vuelo (como pasar por la puerta de embarque o ir en taxi hacia el aeropuerto) y al mismo vuelo, incluyendo diferentes momentos temporales y situaciones que pueden darse en él (por ejemplo el despegue, el aterrizaje, turbulencias...), dentro de la propia consulta del terapeuta. Además permite al terapeuta controlar todo lo que la persona verá a través de la realidad virtual, superando en gran medida las limitaciones de la exposición mediante imaginación y permitiendo una exposición personalizada e individualizada. Esta tecnología permite repetir todas las veces que sea necesaria la exposición cualquiera de las fases o situaciones posibles de vuelo que generen ansiedad, hasta que consigamos que esta deje de aparecer. De acuerdo con estudios realizados en los últimos años, esta tecnología altamente inmersiva permite realizar el tratamiento de la fobia a volar con resultados muy similares a los de la exposición en vivo, igual de eficaces, y en un contexto seguro y completamente personalizado.

En Martinez Bardaji psicología ofrecemos esta opción de tratamiento mediante realidad virtual para el miedo a volar, así como para otras fobias y miedos. ¡No dudéis en preguntar! 
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jueves, 28 de julio de 2016

Realidad virtual en terapia psicológica

¡Incorporamos tecnología de realidad virtual en nuestro centro!

Las nuevas tecnologías ofrecen importantes avances en torno a los tratamientos en el campo de la salud y ya no solo en el aspecto físico, sino también en el psicológico. La realidad virtual en concreto, es un instrumento que beneficia enormemente el tratamiento psicológico. Empresas como Psious comienzan a desarrollar tecnologías de realidad virtual específicamente diseñadas para el tratamiento de diversas problemáticas relacionadas con la ansiedad. Dada la alta eficacia que está demostrando la terapia asistida con realidad virtual, desde Martinez Bardaji psicología estamos emocionadas de anunciar que comenzamos a ofreceros la posibilidad de realizar terapia asistida con realidad virtual. A continuación, os dejamos un breve vídeo explicativo acerca de en qué consiste, cómo se utiliza y sobre qué aspectos psicológicos puede beneficiar el uso de la realidad virtual.
Seguimos formándonos para ofreceros la mejor atención.


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martes, 17 de mayo de 2016

Procrasti¿-qué? Consejos para evitar la procrastinación

“Mañana lo hago”, “El lunes empiezo”, “La próxima vez no me pasará esto, me organizaré de otra manera”. ¿Te son comunes estas afirmaciones o declaraciones de intenciones? ¿Organizas tu agenda como si el día tuviera 32 horas con la creencia de que vas a ser capaz de llegar a todo? ¿Tienes la convicción de que todo es cuestión de tener voluntad para realizar la totalidad de lo planificado?
Lo cierto es que todo el mundo alguna vez ha postergado alguna tarea para el día siguiente que podía o necesitaba hacer en ese momento. Sin embargo, cuando esta actitud se repite con demasiada frecuencia en nuestras vidas se vuelve un hábito y se convierte entonces en un importante límite para alcanzar nuestros objetivos, ya sean triviales o sean relevantes (como por ejemplo, estudiar para un examen o preparar una reunión de trabajo).
La postergación o procrastinación, más allá del falso alivio del primer momento, implica un gran desgaste que puede dar lugar a la generación de emociones negativas tales como culpa, angustia o frustración. A esto se le suma el círculo vicioso en el que se puede llegar a adentrar uno, lamentándose de manera continua sobre esta situación y sin intentar buscar soluciones. Por tanto, no es difícil imaginar la repercusión que tiene este hábito en la vida cotidiana de una persona, así como en el ámbito psicosocial y laboral. No olvidemos tampoco que esta práctica es una repercusión hacia nosotros mismos puesto que generalmente tendemos a postergar nuestras propias actividades, y no tanto las que nos han ordenado otras personas.
Sin embargo, no todo es negativo. Al igual que la procrastinación es un hábito que hemos aprendido, de la misma manera podemos desaprenderlo. ¿Cómo? A continuación de damos una serie de claves que te ayudarán a dejar de postergar.

1. Empieza ya y olvida el día “ideal”. Cambia tus creencias irracionales como por ejemplo: “No pasa nada si no lo hago ahora”, “Aún tengo tiempo”, “Lo haré más adelante”, “No sé cómo hacerlo”, “Me da pereza”, “No seré capaz”, etc. Rompe con ese esquema; ponte manos a la obra y verás como poco a poco tú mismo/a te animas a continuar trabajando en tus metas sin necesidad de aplazarlas continuamente.
2. Divide las tareas y prioriza. Divide tus metas en metas a largo, medio y corto plazo para que sea más fácil determinar las que son diarias y las que debes de priorizar. Como regla general, trata de hacer primero las tareas más difíciles o las que menos disfrutas, con el objetivo de mantenerte motivada/o y productiva/o resolviendo un desafío temprano.
3. Diferencia entre lo urgente y lo importante. Distingue cuáles son las cosas importantes para ti (por ejemplo, pasar más tiempo con la familia, empezar una dieta, o buscar trabajo). Efectivamente, los asuntos urgentes a veces necesitan atención al momento, pero en otras ocasiones, somos nosotros/as mismos/as quienes les damos a ciertas cosas el carácter de urgente sin serlo tanto para evadirnos de otras cuestiones importantes, ya sea por falta de confianza o incluso porque no nos atraiga mucho realizarlas independientemente de su importancia. En estos casos, es útil establecernos una cantidad de días específicos para hacer la actividad elegida, pautando desde el principio cuántos días por semana y horas por día vamos a dedicarle.
4. Poner énfasis en predisponernos para la acción. Asimismo, otra actitud efectiva en este sentido, es concentrarnos en todas las cosas positivas que nos va a traer el hacer aquello que estamos dejando para después. De esta forma, desviamos la atención de los aspectos negativos y la fijamos en aquellos que nos ayudarán a conseguir nuestros propósitos.
5. Delega si es necesario. Si existen algunos asuntos que crees que se pueden resolver delegándolos en otras personas, también puedes hacerlo. A veces elegir esta opción en el momento adecuado puede resultar beneficioso en tareas urgentes que haya que resolver con rapidez, pero que no son importantes, es decir, no se dirigen a tus objetivos ni exigen que estés involucrado/a.
5. Premiarse a uno/a mismo/a. Salir a caminar, ver una película, escuchar música, quedar con los amigos/as, etc., es una forma de asociar la nueva conducta con algo placentero, aumentando así las posibilidades de que se repita.

Todos los consejos aquí mencionados te ayudarán a llevar mejor tus actividades y a hacer que lo único que dejes para después sea la procrastinación. No obstante, eres tú la única persona que puede decidir hacer que las cosas cambien. Adopta un rol activo ante tu propia vida. Eres tú la/él protagonista de ella.
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viernes, 8 de abril de 2016

Bajo deseo sexual

La falta de deseo sexual es uno de los problemas sexuales más frecuentes y  puede deteriorar la relación de pareja e incluso causar ansiedad y malestar psicológico en la persona que lo padece. Te explicamos qué es, qué puede provocarlo y qué tratamientos se pueden seguir para recuperar la apetencia sexual.



¿Qué es?
El concepto de bajo deseo sexual es un concepto de naturaleza diversa y un tanto ambiguo pues dependiendo de la perspectiva desde la cual lo abordemos podremos llegar a una definición u otra. De manera concreta y sintética, el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales define el deseo sexual hipoactivo como la disminución o ausencia de fantasías y deseos  de actividad sexual de forma persistente o recurrente, que provoca malestar intenso en la persona que lo padece o dificultades en la relación interpersonal. No obstante, cabe preguntarse si el deseo se circunscribe únicamente a actividades relacionadas con los genitales y con la consecución del orgasmo, o si va más allá de ese “todo o nada”. Asimismo, es importante destacar la diferencia entre bajo deseo sexual y los diferentes grados y frecuencias de la actividad sexual en el marco de la relación de pareja. –Que mi pareja tenga mayor deseo sexual, no significa necesariamente que yo tenga problemas de bajo deseo sexual-.
La afección por falta de deseo puede ser primaria –cuando la persona nunca ha sentido mucho interés sexual-, o secundaria –cuando la persona que anteriormente solía sentir deseo sexual y disfrutaba del sexo, deja de experimentar interés-. Esta falta de deseo también puede ser generalizada –no se experimenta deseo ni hacia la pareja ni hacia ninguna fuente de deseo-, o situacional –se puede experimentar falta de deseo de forma habitual en función de las circunstancias o con determinadas personas, como por ejemplo, su pareja-. En el polo más extremo, se encontraría la aversión sexual, en la que la persona no sólo carece de deseo sexual, sino que encuentra al sexo como algo ‘sucio’ o repugnante.

¿Qué causas reducen el deseo sexual?
Los factores que originan y mantienen el bajo deseo sexual pueden ser biológicos/orgánicos, psicológicos, o socioculturales; interrelacionándose en todo momento los tres, es decir, cualquiera que sea el factor que lo provoque, afecta a los otros dos.
            -En lo que respecta a las causas biológicas/orgánicas, la alteración de niveles hormonales, como por ejemplo de la testosterona o de la prolactina, o la toma de determinados medicamentos, como antidepresivos o para la hipertensión, así como el padecimiento de alguna enfermedad, tiene repercusiones en nuestra biología, y por tanto, en el funcionamiento de nuestra respuesta sexual y de nuestro deseo.
-Entre las causas psicológicas, padecer de estrés, estar pasando por una depresión, la baja autoestima, el desconocimiento del funcionamiento erótico-sexual del propio cuerpo o de la persona con la que se mantengan relaciones sexuales, el aburrimiento y la rutina en estas relaciones, la anorgasmia, la eyaculación precoz, o el dolor durante el coito, entre otras, también afectan al nivel de deseo sexual. Los problemas de pareja son a su vez causa y consecuencia del bajo deseo sexual en muchos casos.
-En la esfera sociocultural, hablamos de relaciones interpersonales y de normas sociales acerca de cómo debemos funcionar y actuar en la esfera sexual, es decir, qué se espera de nosotros y de los otros. Esta preocupación y la búsqueda de la ‘normalidad sexual’ también afecta al deseo sexual.

¿Qué tratamientos se pueden seguir?
La idea de que no existe solución, o de que el deseo ya volverá, suele ser común, por lo que se dejan pasar las semanas, meses y puede que incluso años, sin que esta situación mejore. Pero lo cierto es que habituar a postergar el tiempo y a ocultar el problema, puede generar un conflicto tanto individual, como de pareja, si es que se tuviera.
El primer paso será detectar la causa del problema, es decir, conocer de dónde viene para solucionarlo y reorientarlo en la medida de lo posible. Es importante descartar causa orgánica, y en el caso de que esta fuese el origen, consultar con un/a especialista médico. En el caso de la causa sea psicológica, hecho que es bastante común, la terapia sexual y/o de pareja resulta efectiva en la mayoría de los casos.
Si la relación de pareja está dañada o es conflictiva con peleas y discusiones frecuentes, será esencial trabajar el reencuentro en la pareja, ya que sin este el deseo sexual es difícil que surja y se mantenga.
Así mismo, en las terapias sexuales también es importante (re)dirigir la atención a lo sexual, ya sea a través de estímulos internos (prestar atención a nuestros pensamientos eróticos, a las sensaciones de excitación, etc.), como a través de estímulos externos (fomentar la fantasía erótica, estar atentos/as de caricias que estimulen nuestros sentidos, elaborar juegos de seducción en la pareja, etc). También será conveniente explorar y conocer nuestros deseos propios, practicar relajación para disminuir el estrés y la ansiedad, entre otros aspectos. En ocasiones también puede ser necesario iniciar un  proceso de psicoterapia si la causa del bajo deseo sexual se debe a problemas relacionados con la autoestima, o con alguna experiencia sexual traumática, u otro problema que pueda estar influyendo.
Finalizar recalcando algo que nos parece importante, y es que la insatisfacción sexual propia o la de nuestra pareja debe ser algo en lo que prestar atención pues a la larga una insatisfacción recurrente puede convertirse en un impedimento para el deseo sexual propio.
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miércoles, 23 de marzo de 2016

Depresión infantil

La depresión no sólo es cosa de adultos. A pesar de que su existencia en la infancia ha sido cuestionada durante muchos años, lo cierto es que también afecta a niños y niñas, siendo básicamente similar a la de los adultos aunque con algunas variaciones en su expresión.
Tanto es así que, según la Organización Mundial de la Salud, la prevalencia de la depresión infantil se sitúa en torno a un 3%, aumentando este porcentaje conforme aumenta la edad, correspondiendo así a un 6% en la adolescencia.

Ahora bien, hay que distinguir cuándo realmente hay una depresión y cuándo el niño solamente está triste, ya que muchas veces los niños, al igual que los adultos, se ponen tristes. Pero eso no significa que estén deprimidos. Cuando hablamos de depresión estamos hablando de un problema complejo, de un trastorno del estado de ánimo, constituido por sentimientos negativos, conductas inadecuadas y pensamientos distorsionados. En este sentido, el niño deprimido está mucho más triste, más a menudo, y durante más tiempo. Pero en cualquier caso, para conocer si un niño presenta depresión o no debe ser evaluado por un profesional de la salud mental.



Aunque no existan dos depresiones exactamente iguales, en función de la edad se presentan una serie de síntomas. En este sentido, aunque la depresión de un niño y la de un adolescente constituyen el mismo trastorno, los cambios biológicos, psicológicos y sociales que se dan con la edad explican que la depresión muestre ligeras variaciones en función de las etapas del desarrollo infantil. Así pues, los principales síntomas clínicos acompañantes en la depresión infanto-juvenil en función de su edad son:
Niños/as menores de 7 años. El síntoma más frecuente es la ansiedad y ánimo deprimido. Se muestra irritabilidad, rabietas frecuentes, llanto inmotivado, o quejas somáticas (cefaleas, dolores abdominales). También se manifiesta una pérdida de interés por los juegos habituales, alteraciones del sueño, cansancio excesivo o falta de voluntad o de energía para hacer algo o para moverse. Asimismo, pueden presentar variaciones de peso, retraso psicomotor o dificultad en el desarrollo emocional.
En los niños pequeños, el trastorno depresivo mayor se asocia con frecuencia con los trastornos de ansiedad, las fobias escolares y los problemas de control de esfínteres (encopresis y/o enuresis).
Niños/as de entre 7 años y adolescentes. Los síntomas se presentan fundamentalmente en 3 ámbitos:
a) Ámbito afectivo y conductual: irritabilidad, agresividad, agitación o inhibición psicomotriz, astenia, apatía, tristeza, sensación frecuente de aburrimiento, culpabilidad, y en ocasiones, ideas recurrentes de muerte.
b) Ámbito cognitivo y escolar: baja autoestima, falta de concentración, disminución del rendimiento escolar, fobia escolar, trastornos de conducta en el colegio y en la relación con los pares.
c) Ámbito somático: dolores abdominales, cefaleas, problemas en el control de esfínteres, trastornos del sueño, bajo peso, y disminución o aumento del apetito.
AdolescentesAparecen más conductas negativistas y disociales, consumo de alcohol y sustancias, irritabilidad, inquietud, mal humor y agresividad. Asimismo, sentimientos de no ser aceptado, falta de colaboración con la familia, aislamiento, descuido del aseo personal y autocuidado, hipersensibilidad con retraimiento social, tristeza, anhedonia, autorreproches, disgusto por la imagen corporal propia y disminución de la autoestima. En ocasiones pueden tener ideas catastrofistas y pensamientos relativos al suicidio.
Es frecuente que el trastorno depresivo se presente asociado a trastornos disociales, trastornos de ansiedad, trastornos por déficit de atención, trastornos por abuso de sustancias y trastornos de la conducta alimentaria.

Entre las principales causas de la depresión infantil,  se da una interacción de variables tanto de carácter biológico como social. No obstante, es necesaria la existencia de una vulnerabilidad personal, familiar y ambiental que facilite el desarrollo del trastorno. En este sentido, la depresión puede surgir a causa de "cambios importantes” y estrés como resultado de la pérdida de alguno de los progenitores, un divorcio, problemas familiares, o dificultades en la interacción con otros niños/as, entre otros.
Las consecuencias de la depresión afectan tanto al ámbito personal, como social, familiar y escolar del niño/a. Así pues, la repercusión de los síntomas descritos anteriormente se reflejará en el área escolar por un bajo rendimiento académico. Por otra parte, las relaciones sociales y familiares también se verán alteradas por su inestabilidad emocional y su posible tendencia al aislamiento. Todo ello suele desembocar en un retraso en el desarrollo intelectual y social del menor. 
Por último, al igual que en el caso de la depresión adulta, el tratamiento de la depresión infantil debe ser individualizado, adaptándolo al niño/a y a su fase de desarrollo, y teniendo en cuenta su funcionamiento cognitivo, maduración afectiva y su capacidad de mantener la atención. Resultará indispensable que en el tratamiento se involucre a los padres, interviniendo en el entorno del niño (familiar, social y escolar). Asimismo, el tratamiento será de índole psicológico, combinado con fármacos prescritos por el médico especialista, en el caso que se considerase necesario.
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