La depresión no sólo es cosa de adultos. A pesar de que su existencia en la infancia ha sido
cuestionada durante muchos años, lo cierto es que también afecta a niños
y niñas, siendo básicamente similar a la de los adultos aunque con algunas
variaciones en su expresión.
Tanto es así que, según la Organización Mundial de la Salud, la prevalencia de la depresión infantil se
sitúa en torno a un 3%, aumentando este porcentaje conforme aumenta la edad, correspondiendo así a un 6% en la adolescencia.
Aunque no existan dos depresiones exactamente iguales, en función de la edad se presentan una serie de síntomas. En este sentido, aunque la depresión de un niño y la de un
adolescente constituyen el mismo trastorno, los cambios biológicos,
psicológicos y sociales que se dan con la edad explican que la depresión
muestre ligeras variaciones en función de las etapas del desarrollo infantil.
Así pues, los principales síntomas clínicos acompañantes en la depresión
infanto-juvenil en función de su edad son:
- Niños/as
menores de 7 años. El síntoma más frecuente es la ansiedad y ánimo deprimido. Se muestra irritabilidad, rabietas
frecuentes, llanto inmotivado, o quejas somáticas (cefaleas, dolores
abdominales). También se manifiesta una pérdida de interés por los juegos
habituales, alteraciones del sueño, cansancio excesivo o falta de voluntad o de
energía para hacer algo o para moverse. Asimismo, pueden presentar variaciones
de peso, retraso psicomotor o dificultad en el desarrollo emocional.
En los niños pequeños, el trastorno depresivo mayor se asocia
con frecuencia con los trastornos de ansiedad, las fobias escolares y los problemas
de control de esfínteres (encopresis y/o
enuresis).
- Niños/as
de entre 7 años y adolescentes. Los síntomas se presentan
fundamentalmente en 3 ámbitos:
a) Ámbito afectivo y conductual: irritabilidad, agresividad,
agitación o inhibición psicomotriz, astenia, apatía, tristeza, sensación
frecuente de aburrimiento, culpabilidad, y en ocasiones, ideas recurrentes de
muerte.
b) Ámbito cognitivo y escolar: baja autoestima, falta de concentración,
disminución del rendimiento escolar, fobia escolar, trastornos de conducta en el
colegio y en la relación con los pares.
c) Ámbito somático: dolores abdominales, cefaleas, problemas en el
control de esfínteres, trastornos del sueño, bajo peso, y disminución o aumento
del apetito.
- Adolescentes. Aparecen más conductas negativistas y disociales, consumo de
alcohol y sustancias, irritabilidad, inquietud, mal humor y agresividad.
Asimismo, sentimientos de no ser aceptado, falta de colaboración con la
familia, aislamiento, descuido del aseo personal y autocuidado,
hipersensibilidad con retraimiento social, tristeza, anhedonia, autorreproches,
disgusto por la imagen corporal propia y disminución de la autoestima. En
ocasiones pueden tener ideas catastrofistas y pensamientos relativos al
suicidio.
Es frecuente que el trastorno depresivo se presente asociado
a trastornos disociales, trastornos de ansiedad, trastornos por déficit de
atención, trastornos por abuso de sustancias y trastornos de la conducta alimentaria.
Entre las principales causas
de la depresión infantil, se da una
interacción de variables tanto de carácter biológico como social. No obstante,
es necesaria la existencia de una vulnerabilidad personal,
familiar y ambiental que facilite
el desarrollo del trastorno. En este sentido, la depresión puede surgir a causa de "cambios importantes” y estrés
como resultado de la pérdida de alguno de los progenitores, un divorcio,
problemas familiares, o dificultades en la interacción con otros niños/as,
entre otros.
Las consecuencias de la depresión afectan tanto al ámbito personal, como social, familiar y escolar
del niño/a. Así pues, la repercusión de los síntomas descritos anteriormente se
reflejará en el área escolar por un bajo rendimiento académico. Por otra parte,
las relaciones sociales y familiares también se verán alteradas por su
inestabilidad emocional y su posible tendencia al aislamiento. Todo ello suele
desembocar en un retraso en el
desarrollo intelectual y social del menor.
Por último, al igual que en el caso de la depresión adulta, el tratamiento de la depresión infantil debe ser individualizado,
adaptándolo al niño/a y a su fase de desarrollo, y teniendo en cuenta su
funcionamiento cognitivo, maduración afectiva y su capacidad de mantener la
atención. Resultará indispensable que en el tratamiento se involucre a los
padres, interviniendo en el entorno del niño (familiar, social y escolar).
Asimismo, el tratamiento será de índole psicológico, combinado con fármacos prescritos
por el médico especialista, en el caso que se considerase necesario.