martes, 15 de marzo de 2016

Duelo por ruptura de pareja. ¿Y ahora qué?

Me he quedado sin pulso y sin aliento separado de ti. Cuando respiro, el aire se me vuelve en un suspiro y en polvo el corazón de desaliento”.  Así hablaba del desamor el poeta Ángel López. Y es que la ruptura de pareja es una de las situaciones de duelo más difíciles de superar; para algunos, puede constituir uno de los acontecimientos más estresantes de toda su vida, incluso más que el fallecimiento de una persona querida. ¿Por qué? Posiblemente porque en el duelo por ruptura de pareja, al contrario que en el duelo por fallecimiento, la persona no desaparece, sigue existiendo, sigue viviendo… pero sin NOSOTROS/AS. De la misma manera, nuestra vida continúa, pero a partir de ahora, sin el OTRO/A.


En Martínez Bardají Psicología y Salud son muy frecuentes las consultas por conflictos de pareja o por separaciones. Cuando se produce una ruptura, cierta parte de nosotros como individuos también se “rompe”. Algunas veces incluso se quisiera borrar los recuerdos y renacer sin memoria autobiográfica. Pero aunque pueda parecer que el dolor oprima o ahogue demasiado, lo cierto es que de amor no se muere, y todos/as podemos superar una ruptura sentimental. Eso sí, debemos aceptarlo y redefinir aspectos fundamentales de nuestra individualidad, pues la que era nuestra pareja, deja de ser una persona referente y de apoyo.

-¿Y ahora qué?-

Después de la ruptura, lo esperado es que las dos personas empiecen a realizar un trabajo de duelo que les permita aceptar esta nueva realidad, reorganizar sus vidas y recuperarse. Al fin y al cabo, eso es el duelo: el proceso psicológico que nos permite adaptarnos a las pérdidas. Aunque cada caso será un proceso muy individual y diferente al de otras personas, suelen 5-6 las etapas o fases, más o menos largas, hasta que asimilamos esa pérdida, aunque no todos los miembros pasan todas las fases ni en ese mismo orden, ni por ejemplo, será el mismo proceso para la persona que deja que para la persona que es dejada.
Una primera fase sería la de la “negación” –no me lo creo, no acepto que mi relación se haya terminado y todavía tengo la esperanza de poder recuperar a esa persona. Una segunda fase sería la de “ira, rabia, resentimiento, rencor” –¿Qué ha pasado?- Se buscan razones (y culpabilidades) de lo ocurrido tanto en uno mismo/a como en la otra persona. Posteriormente vendría la fase de “negociación o pacto”, en la cual se empiezan a buscar soluciones. En la cuarta fase se experimenta una tristeza y dolor intenso –no me voy a recuperar de esto, nunca encontraré a nadie como él/ella, no me volveré a enamorar, etcétera-. En esta fase la persona se puede llegar a encontrar deprimida, con pensamientos obsesivos y una sensación de vacío. Suelen aparecer trastornos del sueño, malos hábitos en la alimentación y un descuido en general. La última fase de este duelo abarca la denominada “aceptación” en la que –ya no duele tanto-. Se asume lo que ha ocurrido, ya no se tiene la necesidad de pensar y hablar continuamente en el tema de la ruptura y se puede empezar a disfrutar más con la compañía de otras personas. Algunos autores abogan por una sexta fase que sería la de “asimilación”, en la que la persona ha superado todo, asimilado, y puede hablar de ello sin emocionarse.

Por difícil que pueda parecer en el momento de la ruptura, y a pesar de que nadie quiere sufrir ni estar triste, lo cierto es que la tristeza que podemos llegar a experimentar en este proceso no es negativa. No es negativa porque tiene una función, que es la de llegar a enfrentarnos a este acontecimiento, sentirlo, asimilarlo y “pasar página”. Favorece además una actitud introspectiva facilitadora de futuros cambios. No debemos por tanto ponernos una venda en los ojos y poner en marcha todo tipo de mecanismos para estar bien a toda costa y tratando de no pensar para no estar tristes. Si recurrimos a esto podemos arriesgarnos a que la que debería de ser una tristeza funcional y de un corto periodo de duración se acabe convirtiendo en una tristeza que aunque de menor intensidad, siga apareciendo y alargándose en el tiempo sin que entendamos el porqué. El otro extremo sería el de hundirse en la tristeza y regocijarse en ella sin intentar hacer nada por salir de esa situación, o bien porque no se dispone de las herramientas necesarias y no se sabe cómo salir, o bien porque no se puede por diferentes motivos. Tanto una posición como la otra sería disfuncional y cuanto menos ayudaría a realizar un duelo adaptativo. La clave reside entonces en un punto intermedio; ni creernos “supermujeres” o “superhombres”, ni quedarnos pasivos ante el dolor viendo la vida pasar. Por el contrario, sí que convendría focalizarse en intentar recuperarse de esta situación, y ‘re’-aprender a saber vivir con uno mismo, a saber disfrutar y a saber sentirse bien.
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